Por Jorge Eduardo Medina Barranco
1 de septiembre de 2014,
Breña Baja, Santa Cruz de Tenerife
Entre mis lectores
he notado que a algunos les produce gran inquietud los temas relacionados con Jesús de
Nazaret, alguno de cuyos comentarios he contestado y otros no,
porque no quiero convertir mis escritos sobre el proceso de humanización en un
diálogo exclusivamente cristiano, ya que para mi ser
humano es mucho más que ser creyente, o no, de cualquier dogma de fe.
Sin embargo, dado que el cristianismo es una corriente religiosa que ha marcado
la historia de Occidente durante los dos últimos milenios, hasta tal extremo
que la historia del pensamiento occidental sería incomprensible sin el estudio
de esta influencia cristiana, voy a dedicar varios artículos del blog al tema
de Jesús
y el Cristianismo. El cristianismo es una temática inmensa, desde donde se le
mire. Yo haré unos pocos comentarios desde un punto de vista heterodoxo, que
las iglesias cristianas con sus dogmas establecidos aborrecen, sobre todo los
fanáticos que se complacen viviendo en su ignorancia intransigente.
Para empezar diré que JESÚS, un judío ferviente,
predica la libertad individual puesta al servicio de nuestros semejantes; en
sus enseñanzas en la sinagoga de Nazaret, leyendo un pasaje de Isaías que dice:
<< […]
anunciar
a los cautivos la liberación […]
a dar la libertad a los oprimidos>>
afirma rotundamente que «
Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban
de oír” (
Lucas 4: 16-21).
Este es considerado por los teólogos uno de los aspectos esenciales del
evangelio de la
salvación:
el camino espiritual propuesto por Jesús
es camino de liberación; que yo entiendo como liberarse del propio “ego”
y todas las amarras y ataduras a las que nos somete la egolatría, para ser
capaces de amar a nuestros semejantes libres de condicionamientos, cual médico
que cura a sus pacientes sin preguntarle sus creencias o antecedentes en lo que
no sea concerniente a su salud. Y solo cuando nos liberemos del yugo de nuestro
ego, nuestro ‘satán’ personal, solo entonces conoceremos la verdad y la verdad
nos hará libres (
Juan 8-32)
.
En la leyenda
del Gran Inquisidor, que escribe en términos novelescos Dostoievski
en su obra Los Hermanos Karamazov, el
escritor hace hincapié en la gran traición que las iglesias cristianas (Católica,
Ortodoxa, Protestante y todas sus variantes) cometen respecto del mensaje de
libertad de
Jesús,
en nombre de la debilidad humana, con el fin de consolidar su poder.
Dostoievski pretende mostrar que las
instituciones eclesiásticas han caído en las tentaciones diabólicas a las que
supo resistirse
Jesús,
creando horrores tan execrables como el de la llamada
Santa
Inquisición, principalmente por parte de la
Iglesia
Católica, hecho histórico tenebroso para el que no encuentro
palabras suficientemente fuertes para describirlo o calificarlo. Para
Frédéric Lenoir,
a lo largo de la historia las Iglesias que predican en nombre de
Jesucristo sucumbieron progresivamente a la tentación de alienar las conciencias humanas ofreciéndoles
seguridad a través de tres formas: el milagro del pan (los alimenta y se ocupa
de sus necesidades vitales), el misterio que genera su legitimidad (el dogma) y
un poder incuestionable que aporta el orden. De este modo los cristianos fueron alienados con el consentimiento de ellos mismos y con la convicción de que era por su bien. Y la gran perversión del mensaje de libertad de Cristo tuvo su punto álgido en la
Iglesia Católica precisamente con la práctica inquisitorial, práctica radicalmente
opuesta al mensaje de los Evangelios (totalmente inconcebible en los tiempos
heroicos de la Iglesia primitiva con su gran diversidad de corrientes) y a la
que llega progresivamente la institución cristiana a lo largo de los siglos: ¡la
tortura y ejecución de seres humanos por su bien en nombre de la caridad
cristiana! Inconcebible, increíble, horroroso, perverso, maligno, pero cierto.
Es evidente que la historia del cristianismo no se
reduce únicamente a las tenebrosas hogueras de la Inquisición, ni a las conversiones forzosas, ni a los Estados
Pontificios, ni a las perversas cruzadas, ni al desenfreno sexual de los papas del Renacimiento o los curas pederastas actuales, ni a la condena de Galileo, ni a la masacre de judíos, gnósticos y paganos. La historia del cristianismo es también la de los obispos que crean asilos para recoger a los pobres y enfermos, los mártires que imitan a
Jesús y se niegan a abjurar de su fe, los
monjes que renuncian a todo para rezar por el mundo, los santos que abrazan a
los leprosos y dedican la vida a los más desfavorecidos, los constructores de
catedrales y creadores de obras maestras artísticas inspiradas en la fe, los
misioneros que crean escuelas y ambulatorios, los sabios teólogos que fundan universidades, los humildes innumerables que practican el bien en nombre de su
fe.
Pero todas las
buenas obras de los cristianos y las Iglesias cristianas en este mundo nunca
podrán lavar el horror de la práctica inquisitorial aplicada y legitimada
durante más de cinco siglos, que sólo tiene parangón en la historia reciente con
el repugnante holocausto nazi que duró únicamente 4 años, y que no digo esto
para minimizar el engendro perverso de la ‘solución final’ o intento de
exterminar a la totalidad de la población judía de Europa, sino para compararlo
con los siglos de la abominable Inquisición:
si 4 años de exterminio sistemático de judíos por los nazis nos parece algo
horrible, cuanto más 500 años exterminando ‘herejes’ y a todo el que no
aceptara los dogmas impuestos desde el poder.
La lista de víctimas de los totalitarismos y de la
intolerancia a lo largo de la historia es extensísima. Pero, como dice Lenoir, hay una perversión específica
en la Inquisición: se torturan los
cuerpos por el bien de las almas; se violan las conciencias en nombre de la
salvaguardia de su libertad. En la Edad Media solía decirse Corruptio optimi pessima («La corrupción
del mejor es la peor»). La Inquisición
es un ejemplo extraordinario de este hecho de la corrupción de los mejores, porque
los que se suponen representantes del mensaje revolucionario de Jesús,
que pretende emancipar al individuo del peso del grupo y la tradición erigiendo
su libertad de elección como el más sacrosanto de sus valores, se convierten en
los perseguidores mediante una institución eclesiástica que niega la libertad
interior de los individuos, hasta el extremo de exterminarlos, para
salvaguardar los intereses del grupo y la tradición.
En la historia del
cristianismo esta inversión radical de los valores —conceptuar el bien como
«mal» y el mal como «bien»— que representa la Inquisición, dista mucho de ser única. Las Iglesias cristianas no
sólo se han mantenido al margen de las exigencias éticas de Jesús,
al que reivindican como su guía, como su dios. No sólo han ‘dulcificado’,
moderado y transformado su mensaje, sino que en ciertos puntos esenciales, y en
calidad de institución, lo han manipulado
por completo falseando su contenido. Lo han pervertido.
Los pensadores que mejor han señalado esta subversión y
la han denunciado con más fuerza no son representantes del ateísmo, sino
cristianos convencidos. No es solo el caso del relato novelado de Dostoievski, cristiano ortodoxo, sino
filósofos como el danés Søren Kierkegaard
un ferviente y atormentado cristiano protestante que intentó conciliar su vida
y su fe. En mis escasas lecturas sobre el tema, son pocos los libertinos,
filósofos ateos o librepensadores anticlericales que hayan escrito páginas tan
virulentas contra la Iglesia como este gran creyente que denuncia toda
institución eclesiástica posterior al siglo IV y al surgimiento del
cristianismo como religión oficial del Imperio romano, a las que acusa de haber
dado la espalda al mensaje del Nuevo Testamento, de manera que tergiversaron
el verdadero cristianismo y llama a esa cristiandad que ha llegado hasta nuestros
días como «este crimen», «esta ilusión», «esta falsedad».
Kierkegaard acusa a los clérigos de
ser responsables de una estafa, la de aparentar que su discurso y sus prácticas
son los del cristianismo, cuando en realidad no es así y, más bien al contrario,
la Iglesia oculta el verdadero cristianismo, haciéndolo inaccesible para los
hombres. Pero tampoco es Kierkegaard
indulgente con los millones de fieles que participan sin rechistar, haciéndose
así cómplices de la mentira.
La conclusión de Kierkegaard
es que sólo los individuos valientes,
lúcidos, dispuestos a esforzarse consigo mismos, son capaces de llevar a la
practica el mensaje de los Evangelios, y por ello resulta no solo inútil, sino
incluso peligrosa, la pretensión de convertir a la mayoría. Dicho de otra
manera, es como si las enseñanzas de Jesús fuesen exclusivamente para pequeños
grupos de iniciados, que es lo que sostienen las corrientes esotéricas cristianas
desde hace siglos. Evidentemente, esta tesis kierkegaardiana escandalizó a las
Iglesias, pero también ha hallado un eco profundo en algunos pensadores
cristianos desde hace ciento cincuenta años.
Sin considerar ni
una sola de la escuelas de esoterismo en Occidente de los últimos 150 años,
muchas de las cuales se hicieron eco de estas ideas kierkegaardianas, ni
tampoco de las luchas fratricidas entre corrientes cristianas que se combaten
entre sí tildándose unas a otras de enseñar falsedades, en el siglo XX hubo un
filósofo, sociólogo, teólogo y anarquista cristiano francés, también surgido
del Protestantismo, quien retomó esta crítica kierkegaardiana analizando más a
fondo la manera en que se ha producido esta inversión: Jacques Ellul (Burdeos, 1912-1994).
Cristiano lúcido y comprometido, publicó en 1984 un ensayo de título sumamente
explícito: La subversión del cristianismo.
La pregunta que se hace Ellul, y que
es el hilo conductor de toda la obra, es tajante: « ¿Por qué el
desarrollo de la sociedad cristiana y de la Iglesia ha dado origen a una
sociedad, a una civilización, a una cultura totalmente inversas a lo que leemos
en la Biblia, al texto indiscutible de la Tora, de los profetas, de Jesús y
Pablo? ¿Me equivoco cuando digo "totalmente"? No sólo ha habido
contradicción en un único punto, sino en todos los puntos »
Según las
explicaciones de Ellul, la
institución eclesiástica subvirtió el cristianismo, volviendo la espalda al
mensaje de sus fundadores. Lo elevó al rango de religión (con sus rituales y
dogmas) y de moral (del deber y la sumisión), como tantas otras, y se dejó
corromper por el poder y el dinero en tal proporción que la novedad profunda
del mensaje de Jesucristo
cayó en el olvido e incluso se transformó en su opuesto exacto.
Me parece excelente este texto analitico, sencillo y profundo, apoyado en la literatura, la filosofia, la sociologia y texto historicos como la biblia. Me deja reflexiones frente a la verdadear enseñanza del Nazareno y la libertad que profesó para que los hombres y mujeres fueramos autonomos y asumieramos la propia vida.
ResponderBorrarGracias