Por Jorge Eduardo Medina Barranco
24 de enero de 2014, Breña Baja, Tenerife - España
Este año
se conmemora un triste aniversario: el centenario del comienzo de la Primera
Guerra Mundial (1914-1918).
Para interesados en leer más: http://elpais.com/agr/especial_europa_vi/a;
http://es.wikipedia.org/wiki/Primera_Guerra_Mundial
Esta cuestión de la Gran Guerra siempre ha atraído mi atención, es uno
de mis temas históricos favoritos, junto con mi tema estrella: la Segunda
Guerra Mundial. ¿Por qué? Probablemente porque en mi niñez vi muchas películas
de cine bélico en la sala de cine que era propiedad de mi abuelo materno, hecho
que me permitió de forma gratuita asistir mucho a cine de éste y casi cualquier
otro género que se proyectaba entonces desde mediados de la década de los 50
hasta finales de los 60 del siglo pasado: De
aquí a la Eternidad (Fredd Sinnemann, 1953) Senderos de Gloria, también conocida como La Patrulla Infernal (Stanley Kubrick, 1957); El Puente Sobre el Rio Kwai (David Lean, 1957); Los Cañones de Navarone (J. Lee
Thompson, 1961); El Día Más Largo
(Ken Annakin y otros, 1962) Lawrence de
Arabia (David Lean, 1962) fueron de mis primeras películas bélicas.
Al darme
cuenta que las guerras mundiales habían ocurrido en vida de mis padres, y por
tanto era un hecho casi contemporáneo con mi propia vida, me aficioné y leía libros
de historia sobre el tema en la biblioteca de mi Instituto de bachillerato San
Juan del Córdoba. Desde entonces he visto muchas más películas y he leído sobre
el tema, no como especialista sino como simple aficionado. Obviamente, a lo
largo de todos esos años he reflexionado y meditado sobre el tema de la
civilización, la barbarie y la humanización.
Como dice el
historiador CHRISTOPHER CLARK en ‘Las
lecciones de 1914’:
<< En
los últimos años, las afinidades se acumulan. Es ya casi un tópico decir que el
mundo en el que vivimos se parece cada vez más al de 1914… si creemos, como creo yo, que la guerra de
1914-1918 fue consecuencia de las relaciones entre una serie de potencias, cada
una de las cuales estaba dispuesta a recurrir a la violencia para defender sus
intereses, entonces quizá podríamos deducir que necesitamos diseñar
mejores formas de integrar a las grandes potencias nuevas en el sistema
internacional. Como mínimo, 1914 es una historia aleccionadora sobre lo mucho
que puede deteriorarse la política internacional, y a qué velocidad, y con qué
consecuencias tan terribles. >>
De todos es
sabido que la naturaleza se procesa según dos leyes mecánicas antagónicas: las
leyes de Evolución y de Involución. La Ley de Evolución estudia el desarrollo gradual, crecimiento o
avance de las cosas o de los organismos: estelar, geológica, biológica, humana,
tecnológica, cultural, etc. La Ley de
Involución, por el contrario, estudia lo referido a todo proceso,
organización, organismo o sistema que retrocede o se retrotrae en su progreso o
desarrollo. Así, pues, todo lo creado se procesa mecánicamente según estas
leyes antagónicas. Sin embargo, las ciencias contemporáneas están embotelladas
en el dogma de la evolución; o, mejor dicho, las personas del mundo científico
están dogmatizadas con la evolución. Sólo existe evolución, la involución ni se
menciona: no es ‘científico’.
Es evidente
que las civilizaciones humanas se procesan en oleadas regidas por estas leyes
antagónicas, tan pronto hay en ellas evolución como tan pronto involución: se
manifiestan como civilización y barbarie. A veces la civilización
utiliza la barbarie para su propia defensa y entonces resulta muy fácil
confundir a la barbarie con la civilización; cuando la barbarie se viste con
los trajes de la civilización evoluciona maravillosamente, pero por mucho que
evolucione siempre es barbarie. Esta barbarie disfrazada de civilización
termina siempre destruyendo a la civilización. La historia humana conocida se
compone de muchas civilizaciones que la barbarie destruyó. Los mitos y la
ficción cuentan que existieron civilizaciones no históricas destruidas por su
propia barbarie.
La Gran
Guerra es un hecho histórico de barbarie que es visto como un ‘suceso histórico
de la
que, como dice el periodista italiano Doménico Quirico (La Stampa) refiriéndose al conflicto de los Balcanes de hace 20 años, ‘los bárbaros derramaron sangre como si fuese agua’.
En la Gran Guerra los campos de Europa se
convirtieron en una tierra roja de tanta sangre, particularmente
en la Guerra de las Trincheras del Frente
Occidental[1], cuyas
consecuencias todavía afectan medioambientalmente al entorno de Verdún[2].
Barbarie pura y dura disfrazada históricamente con trajes de civilización[3].
Los humanos,
no lo olvidemos, somos homínidos.
Actualmente es ampliamente aceptada por la comunidad científica las relaciones
filogenéticas de los diferentes grupos de hominoideos
demostrada por los primatólogos. Los humanos somos, desde el punto de vista
biológico, una especie animal cuya denominación científica es Homo sapiens. Nuestras características
particulares es que somos animales que poseemos capacidades mentales que nos
permiten inventar, aprender y utilizar estructuras lingüísticas complejas,
lógicas, matemáticas, escritura, ciencia y tecnología. Somos animales sociales,
capaces de concebir, transmitir y aprender conceptos totalmente abstractos. Todo
esto equivale a decir algo así como que somos ‘mamíferos intelectuales’.
Pero todas
estas capacidades no se desarrollan solas. Tienen que ser enseñadas por
‘maestros’ y, sobre todo, aprendidas por cada uno. Y el resultado de esta
educación puede ser un ser humano o un ser inhumano; es decir, un individuo
civilizado que practica el bien y busca la equidad y la justicia social o, por
el contrario, un individuo bárbaro que practica la crueldad, el egoísmo y la
injusticia social. Dentro de todo Homo
sapiens conviven, coexisten los principios de la civilización y la
barbarie. Somos civilizados cuando somos individuos buenos que recorremos la
senda del bien, de la equidad y la justicia social. Somos bárbaros cuando no
marchamos por la senda del bien y practicamos la crueldad, el egoísmo y la
injusticia social. La gente no quiere pensar en esto, no desea pensar de sí
mismo la posibilidad de ser bárbaro. Los bárbaros siempre son los demás, están
en el pasado histórico, ya no hay barbarie; ahora vamos al espacio, visitamos
planetas, tenemos internet y comunicaciones personales muy tecnológicas, hay
nanotecnología, trasplantes, ingeniería genética y un largo etcétera de
conocimientos e invenciones muy civilizadas. No podemos ser bárbaros. Sin
embargo, la cruel realidad es que nuestro mundo está ahora más polarizado con
la barbarie que con la civilización.
Lamentablemente, la Gran Guerra no es un hecho del pasado. De sus
entrañas nació la Segunda Guerra Mundial, que ha sido la mayor contienda bélica
de la Historia, con más de cien millones de militares movilizados y un estado
de «guerra total» en que los grandes contendientes destinaron toda su capacidad
económica, militar y científica al servicio del esfuerzo bélico, borrando la
distinción entre recursos civiles y militares. Marcada por hechos de enorme
significación que incluyeron la muerte masiva de civiles, el Holocausto[4]
y el uso, por primera vez, de armas nucleares en un conflicto militar, la
Segunda Guerra Mundial ha sido el conflicto más mortífero en la historia de la
humanidad, con un resultado final de entre 50 y 70 millones de víctimas. Y
todavía se sufren secuelas sociales de ella.
Además, actualmente hay en el mundo unas 70
guerras abiertas que están afectando gravemente a algunos países y al
continente al que pertenecen... y, por supuesto a la gran afectada, la
humanidad, por todas las muertes violentas que generan y sus secuelas de dolor
y sufrimiento. En estas guerras han muerto unas 3.700.000 personas[5]
en los últimos 50 años.
Sin darnos cuenta, nuestra civilización está siendo devorada por la barbarie. ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros, de forma individual, para
que el mundo sea más civilizado, más humano?
[3] <<La guerra, que
hace mejor a los buenos, disuade a los débiles y animaliza a los malvados. Y
realza todas las realidades humanas>> Doménico Quirico (La Stampa)