domingo, 23 de febrero de 2014

CIVILIZACIÓN Y BARBARIE: El Gran Problema

Por Jorge Eduardo Medina Barranco

23 de febrero de 2014, Breña Baja, Tenerife - España

No podemos negar que el mundo contiene belleza, armonía y bienes que nos hacen gozar. Pero tampoco que contiene males que nos hacen sufrir.
La primera de las Cuatro Nobles Verdades[1] de las enseñanzas de Buda es una evidencia fácilmente constatable: la vida incluye sufrimiento. Podemos observar que la armonía de la naturaleza se quiebra por catástrofes (terremotos, maremotos, huracanes, volcanes…) que causan terribles tragedias humanas.
Que el equilibrio ecológico se sustenta en que numerosas especies animales viven para ser devoradas por otras:
Que la vida está sometida a la muerte: nace, crece, madura y desaparece. Y las personas sufrimos en este proceso. 
La vida es dolor y sufrimiento porque es precaria, efímera, aparente, frágil. La vida es maya (ilusión) según la cosmovisión hinduista, budista y jainista. Desde nuestra aparición en el mundo, los humanos hemos sufrido el dolor de esta verdad natural que nos ha conducido a muchos males. Pero nosotros también hemos contribuido con nuestros comportamientos a muchos otros males que nos hacen sufrir. Saber cuál es el mayor mal del mundo es algo sumamente complicado porque habrá muchos puntos de vista y lograr un consenso no sería fácil, pero no es complicado identificar que algunos de estos males, aparte de las tragedias naturales que nos han acompañado a lo largo de nuestra historia, son: la guerra, el terrorismo, la corrupción, el hambre, el paro, la soledad, el rechazo, la enfermedad, el maltrato, la muerte…
Es evidente que el dolor y el sufrimiento están difundidos en el mundo de los animales, pero solo los homo sapiens nos preguntamos por qué y sufrimos aún más si no encontramos una respuesta. El sufrimiento es inherente a nuestra condición; ignorarlo es ignorar lo que somos; cerrar los ojos al dolor ajeno es cruel, pues es cuando más nos necesitamos. Es necesario asumir el dolor de una forma consciente y ver el mejor modo de combatirlo. El mundo está rebosante de grandes problemas que llenan a la humanidad de dolor y sufrimiento: la civilización y la barbarie están en constante lucha en el seno de nuestras sociedades. ¿Qué podemos hacer para mitigar estos males del mundo?
Primero, debemos reflexionar sobre el hecho que los humanos somos seres sociales y que como individuos actuamos de acuerdo a los sistemas sociales a los que pertenecemos. Pero debemos darnos cuenta que vivimos esa realidad social en la intersección de dos sistemas muy diferentes. Por un lado, somos un sistema biológico y estamos determinados por nuestra estructura biológica; este nivel genera nuestra capacidad biológica para las habilidades propias del ser humano que hemos comentado en este mismo blog[2] y que todos conocemos. Pero esta capacidad biológica para las habilidades humanas no genera las habilidades humanas. Estas habilidades surgen de la interacción social, de la convivencia de unos con otros: nuestras habilidades son propiedades emergentes[3]. Por eso existen tantas culturas diferentes, con idiomas propios, ritos sociales propios, comportamientos diferenciados.
Vivimos en un mundo donde podemos encontrar muchas clases diferentes de personas. Los individuos somos componentes de un sistema social con un lenguaje propio. Existir dentro de ese sistema es lo que nos hace ser los individuos particulares que somos. Todos nosotros somos el resultado del ambiente, del sistema social, de la religión, la cultura, la familia, etc., que nos rodean durante nuestra infancia y a lo largo de la vida. Es innegable que los individuos somos el resultado de las influencias sociales que nos rodean. Esto está fuera de toda duda: sea cual fueren las creencias que un individuo profese (religiosas, esotéricas, políticas, supersticiosas, científicas, pseudocientíficas, históricas, conspirativas, etc.) son el resultado de las influencias sociales que lo rodean.
Por ello, Gurdjieff pudo afirmar sin miedo a equivocarse que:
“El hombre nace, vive, muere, construye casas, escribe libros, no como él quiere hacerlo, sino como buenamente sucede. Todo en él sucede. El hombre no ama, no odia, no desea. Todo esto sucede en el hombre sin que éste se dé cuenta de ello.”
Esto quiere significar, entre otras cosas, que el sistema social nos programa comportamientos, creencias, interpretaciones del mundo como si fuésemos una máquina y nosotros funcionamos normalmente a ese nivel: respondemos al programa con que hemos sido programados.
Esta idea recuerda la célebre Alegoría de la caverna (también conocida por el nombre de Mito de la caverna), esa explicación metafórica realizada por el filósofo griego Platón al principio del VII libro de La República, sobre la situación en que se encuentra el ser humano respecto del conocimiento, que podemos asemejar a la situación de inconciencia en la que se encuentra cada individuo respecto del conocimiento de su propio sistema social. O con la película Matrix, que plantea en forma de ficción que casi todos los seres humanos han sido esclavizados, tras una dura guerra, por las máquinas y las inteligencias
artificiales creadas. Estas los tienen en suspensión, y con sus mentes conectadas a una simulación social que representa el final del siglo XX. Así viven la mayoría de las gentes de este mundo, con sus mentes conectadas a la ‘simulación social’ del programa con que son ‘educadas’ ¿O es que a ustedes no se les hace curioso que los países que fueron conquistados por los cristianos las gentes son cristianas y donde los musulmanes conquistaron son musulmanas? Todas esas personas están convencidas que han elegido ‘libremente’ lo que son, y cuando se mudan de lugar llevan su programa. Las gentes creen que han elegido su religión, su creencia política, sus modos de ser, de vivir, etc., pero no se dan cuenta que todo ello les sucede de acuerdo al programa social impreso en su psiquis.

Los seres humanos no somos vegetales, no tenemos raíces, no estamos anclados al suelo, tenemos piernas y pies para caminar y con ellas, desde nuestros orígenes, caminamos por el mundo en busca de alimentos, de climas más benignos, de lugares en los que resguardarnos de las inclemencias del tiempo y de la brutalidad de nuestros semejantes, cruzamos barreras imaginarias que son las fronteras entre países y visitamos nuevos lugares o podemos habitar entre el resto de la humanidad en calidad de invitados. Como dice la escritora Taiye Selasi[4], ella es un claro ejemplo de esa realidad de seres humanos fruto de la universalidad de la migración: nació en Londres hace 35 años, se crio en Massachusetts, es hija de un cirujano ghanés y una pediatra nigeriana, estudió en Yale y Oxford y vive en el barrio romano de Trastevere. Se considera ‘afropolita’ y por ello inventó el término afropolitismo para definir a jóvenes de origen africano con una identidad híbrida, como ella y su hermana: << Mi padre nació en Costa del Oro, que en 1957 se convirtió en Ghana, estudió en Escocia y terminó trabajando como cirujano en Arabia Saudí. Los abuelos de mi madre eran un misionero escocés y una mujer yoruba, ella se crio entre Londres y Lagos y conoció a mi padre cuando ambos estudiaban Medicina en Zambia. Mi hermana melliza y yo nacimos en Londres y crecimos con el sentimiento de ser de todas partes, no sólo nigerianas o británicas o americanas. >>
Los migrantes sufren ese choque social de tener que integrarse en un programa social diferente y se sienten rechazados, excluidos. De hecho, muchos nativos del país receptor actúan de esa forma: rechazan al extranjero por ‘extraño’, sienten el temor de que los inmigrantes vayan a perjudicar o cambiar la idiosincrasia[5] local, desconfían de los extranjeros acusándolos falsamente de ser responsables del paro o la delincuencia, etc. En Europa la polémica sobre la integración de inmigrantes tiene su punto de mira sobre todo en la comunidad musulmana. Pero en España, que en la década 2000-2010 ha presentado una de las mayores tasas de inmigración del mundo (de tres a cuatro veces mayor que la tasa media de Estados Unidos, ocho veces más que la francesa) los hispanoamericanos han sido mejor acogidos que los africanos por su proximidad cultural, étnica o religiosa. Y a pesar de ello, muchos no se han sentido bien acogidos. Unos y otros no se dan cuenta que funcionan en base a ‘programas’ diferentes y sólo una reflexión personal sobre este fenómeno nos podría ayudar a encontrar una solución humana al mismo.
Muchas personas creen que somos seres libres, que podemos hacer lo que queramos cuando queramos y donde queramos, que somos personas independientes, que no estamos programados psicológicamente por la sociedad en la que hemos crecido. Pero no se dan cuenta que los individuos, incluidos ellos mismos, no pueden hacer lo que quieren sino lo que pueden, que no somos libres, que no somos independientes, sino que somos como una máquina programada por la sociedad y existimos para nuestro programador: la sociedad. Cuando cambiamos de comunidad social, surge un choque de ‘programas sociales’.
Y esto es un serio Problema: ¿En el fondo somos simplemente el producto de influencias sociales o somos algo más que un resultado de influencias sociales? Si concluimos que no somos más que el resultado de influencias sociales, no tenemos nada que hacer. Pero si concluimos que somos algo más que el resultado de influencias sociales, se hace necesario resolver ese problema permanente de la relación entre cada uno de nosotros como individuo y la sociedad en la que vivimos. Es urgente comprender si como individuos somos simple fruto de la sociedad, o si la sociedad existe por la simple suma de individuos, o comprender si existe algún tipo de relación diferente entre el individuo y la sociedad.
La solución consciente de este problema no depende de ningún tipo de creencia o ideología. Este problema no es cuestión de opiniones o de ideas. Las ideas cambian constantemente, aparte que las opiniones emitidas sobre tan grave problema pueden ser discutidas. La cuestión es más seria. Necesitamos resolver el gran problema sobre el individuo y la sociedad. Las opiniones de los intelectuales llamados de derecha o de izquierda no podrían resolver este problema, ni la de los religiosos de tal o cual credo, porque dicha clase de opiniones intelectuales están condicionadas por las teorías que ellos han leído y estudiado. La mente de los líderes políticos o religiosos está de hecho embotellada entre lo mismo que ellos están estudiando, y como es lógico, sólo piensan y opinan en función de su propio embotellamiento.
Si queremos averiguar algo más, si queremos saber si somos algo más que un simple resultado de las influencias sociales, si queremos saber si además de las influencias sociales existe dentro de nosotros alguna otra cosa, tenemos que empezar por ser librepensadores. Es necesario empezar por poner en tela de juicio la influencia social que hemos recibido, las ideologías políticas, económicas, religiosas, en que hemos sido ‘programados’. Realmente sólo podremos resolver el gran problema del individuo y la sociedad, liberándonos de la influencia de toda programación. El problema no puede resolverlo la opinión ni la propaganda ideológica. Nosotros mismos debemos resolver el problema. Necesitamos aprender a pensar por sí mismos. Ningún líder, ni libro alguno puede resolvernos este problema. La solución empieza por liderarse a uno mismo. Y para liberarse y liderarse a uno mismo debemos MEDITAR.
Si queremos resolver este problema de la relación entre la sociedad y el individuo, debemos abstenernos de opinar a la ligera. Toda opinión puede ser discutida, asi que debemos resolver el problema personalmente meditando en él. Es necesario resolverlo con la mente y el corazón. Debemos aprender a pensar por sí mismos. Es absurdo repetir como loros las opiniones ajenas. Es urgente meditar intensamente para descubrir que además de ser producto de las influencias sociales y del ambiente en que vivimos, nosotros somos esencia, semilla de conciencia humana, que no es producto del ambiente. Cuando descubrimos conscientemente con la Mente-Corazón que dentro de nosotros existe algo más que no es producto de la sociedad ni del ambiente, entonces se verifica en nuestra Conciencia Interna un cambio total, radical y maravilloso. Cuando descubrimos este algo, esta Esencia, nos transformamos.
Mis estudios, reflexiones y meditaciones me han llevado a la convicción que el énfasis de la solución de este problema de la relación entre el individuo y la sociedad no debe ser puesto en el sistema social ni en sus componentes individuales, sino precisamente en la relación entre el sistema social y el individuo, entre el todo y sus partes, para poder generar dinámicas de cambio. Quiero decir que así como el sistema social constituye al individuo, del mismo modo el individuo constituye al sistema social: debemos ser conscientes que así como la sociedad nos programa y modela para ser los individuos que somos, nosotros como individuos a través de nuestras acciones también podemos cambiar tales sistemas sociales. Generando cambios en mí que se reflejen en cambios de mis acciones en la sociedad, puedo influir en el sistema social.
Quien se conozca a sí mismo, podrá de hecho transformar el mundo, quien se haga consciente de ese algo que existe dentro de la personalidad de todo hombre, podrá comprobar por sí mismo que ha vivido como esclavo de la sociedad y de sus costumbres. Entonces deberemos tener el valor de romper con las malas costumbres, vicios, hábitos, ideas equivocadas de nuestros abuelos, etc. Es indispensable tener valor para romper con toda la propaganda y costumbres que nos han esclavizado. Necesitamos ser verdaderamente libres. Se necesita realmente de un gran valor para romper con todos los hábitos, opiniones, ideologías, sistemas y costumbres de la sociedad en que vivimos, porque no existe otra forma para hacernos libres.
Como dijo el influyente filósofo Martin Heidegger, “el hombre (varón y mujer) es un ser para hacerse”. El día en que cada individuo, varón o mujer, se haga libre y tome conciencia de su propia esencia, y trabaje para desarrollarla, tendremos la posibilidad de construir una sociedad humana de libertad y felicidad. El mundo es el individuo, solo transformándose el individuo se transforma el mundo. Muchos de los problemas del mundo no se solucionan con dinero, aun cuando ayude… El problema central del mundo, el GRAN PROBLEMA, es la ignorancia de la propia esencia humana y de la conciencia dormida: la ignorancia y la inconciencia son el gran problema. Debemos trabajar psicológicamente sobre el ‘mí mismo’, el ‘ego’, para erradicar de nuestro psiquismo comportamientos indeseables si queremos un mundo más humano.




[3] Son propiedades o atributos que surgen como resultado de la interacción de todos los componentes de un sistema y que no se reconocen a nivel de las propiedades de los componentes singulares
[5] Según el diccionario de la RAE: “Rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad”. Ese carácter distintivo de una colectividad puede ser el fruto de muchos siglos de mestizajes por intercambios comerciales, religiosos, invasiones o conquistas, y los que heredan esa mezcla hasta ignoran el origen de su ‘idiosincrasia’.

sábado, 8 de febrero de 2014

CIVILIZACIÓN Y BARBARIE: La Corrupción

Por Jorge Eduardo Medina Barranco
8 de febrero de 2014, Breña Baja, Tenerife - España
Podríamos pensar, equivocadamente, que la barbarie sólo se expresa mediante la brutalidad de la guerra. Pero existen elementos aparentemente menos salvajes que la guerra y que son un claro indicativo de la barbarie. Uno de ellos es la corrupción.
De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española (RAE), la primera acepción de la palabra ‘corrupción’ es la acción y efecto de corromper (depravar, echar a perder, sobornar a alguien, pervertir, dañar). Cuando la corrupción se refiere a las personas estamos hablando de una depravación ética y moral que, en muchos casos, conduce a situaciones o resultados inhumanos y, por lo tanto, bárbaros. En la sociedad la corrupción de las personas se puede manifestar de muchas maneras individuales o colectivas: corrupción empresarial, corrupción policial, corrupción política, corrupción de menores, etc.
En sentido general, la corrupción es una práctica que consiste en hacer abuso de poder, de funciones o de medios para sacar un provecho económico o de otra índole. Pero el problema se agrava porque a la corrupción se encadenan otros delitos, ya que el corrupto suele incurrir en acciones para permitir o solicitar algo ilegal. Por ejemplo, un policía resulta corrupto si recibe dinero de un hombre para que le permita robar en una casa sin intromisión policial; en este caso, se juntan dos delitos: el acto de corrupción y el robo. Otro ejemplo es la corrupción política que suele estar unida al tráfico de influencias, el soborno, la extorsión y el fraude, prácticas que se ven reflejadas en acciones como entregar dinero a un funcionario público para ganar una licitación o pagar sobornos. Por lo general los corruptos políticos son gobernantes o funcionarios elegidos o nombrados, que se dedican a aprovechar los recursos del Estado para de una u otra forma enriquecerse o beneficiar a parientes o amigos; en estos casos suele estar implicada la corrupción empresarial como instrumento para sacar beneficios en provecho de unos pocos en perjuicio del beneficio social.

El fenómeno de la corrupción es un proceso bárbaro: constituye una verdadera vulneración de los derechos humanos, porque generalmente entraña una violación del derecho a la igualdad ante la ley y, en muchas ocasiones, llega a suponer una vulneración de los principios democráticos, conduciendo a la sustitución del interés público por el interés privado de quienes se corrompen, generando verdaderas catástrofes sociales y grandes tragedias humanas. Basta leer noticias sobre el informe Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica, que publicó la ONG Oxfam Intermón el pasado 20 de enero de 2014 para ver como la masiva concentración de los recursos económicos en manos de unos pocos abre una brecha que supone una gran amenaza para los sistemas políticos y económicos inclusivos, porque favorece a unos pocos en detrimento de la mayoría.
Datos como que 85 individuos acumulan tanta riqueza como los 3.570 millones de personas que forman la mitad más pobre de la población mundial. O que la mitad de la riqueza está en manos de apenas el 1% de todo el mundo. O cómo la concentración de la riqueza en pocas manos y la brecha entre pobres y ricos siguen aumentando pese a la supuesta gran recesión del año 2008, que no ha sido sino el mecanismo utilizado por los corruptos y depredadores económicos para adquirir su mal habida riqueza. En Estados Unidos, por ejemplo, el 1% más rico de la población ha concentrado el 95% del crecimiento posterior a la crisis financiera. En Europa, los ingresos conjuntos de las 10 personas más ricas superan el coste total de las medidas de estímulo aplicadas en la Unión Europea entre 2008 y 2010 (217.000 millones de euros frente a 200.000).


La corrupción es una realidad mundial: la baja presión fiscal a los ricos, los recortes sociales, el rescate de la banca con fondos públicos, la malversación del dinero público son ejemplos de un fenómeno perverso que está empobreciendo a millones de personas; y mucha de esa riqueza está oculta en los llamados paraísos fiscales, que es el nombre eufemístico que se da a los antros de blanqueo de dinero y ocultación de riquezas mal habidas, construyendo “élites económicas” que "están secuestrando el poder político para manipular las reglas del juego económico, que socava la democracia" como dice el informe de Oxfam Intermon presentado este año en el Foro Económico Mundial de Davos. Es una situación de corrupción política y empresarial tan elevada que podemos decir que el mundo está ampliamente gobernado por ladrones tanto en el sector público como en el privado. Basta leer el editorial del diario El País publicado el pasado 5 de febrero para hacernos una idea[1]. O las denuncias de Falciani a los obstáculos que ponen el poder político y administrativo para combatir la corrupción[2]. O los casos de corrupción en España[3] o Colombia[4], que no son de los más corruptos del mundo. O la dramática situación que vive actualmente Bosnia[5], ese pequeño país europeo surgido de la desmembración de la antigua Yugoslavia. La lista sería interminable y los sufrimientos que padecen millones de personas en todo el mundo por esta causa son indescriptibles, conduciendo a miles de personas al suicidio, la delincuencia, la prostitución y muchas más respuestas dolorosas.
Cuando estudiamos y reflexionamos sobre las causas de la corrupción, llegamos a la conclusión de que dichas causas pueden ser endógenas (las que tienen que ver con la responsabilidad interna de cada individuo) o exógenas (son las causas que dependen de la sociedad y por tanto son externas al individuo).
Entre las muchas causas endógenas, que tienen que ver con el individuo, podemos enlistar las siguientes:
·         Falta de educación en valores éticos
·         Falta de valores humanistas
·         Carencia de conciencia social
·         Desconocimiento legal
·         Baja autoestima
·         Paradigmas distorsionados y negativos (egoístas).
Como elementos exógenos de la corrupción (los que dependen de la sociedad), podemos considerar los siguientes:
·         Modelos sociales que transmiten falta de valores éticos
·         Impunidad en los actos de corrupción
·         Excesivo poder discrecional del funcionario público
·         Concentración de poderes y de decisión en ciertas actividades del gobierno
·         Soborno internacional
·         Control económico o legal sobre los medios de comunicación que impiden se expongan a la luz pública los casos de corrupción
·         Salarios demasiado bajos
·         Falta de transparencia en la información concerniente a la utilización de los fondos públicos y de los procesos de decisión
·         Poca eficiencia de la administración pública

La ONG Transparencia Internacional[6] ha publicado su Índice de Percepción de la Corrupción Mundial de 2013 (IPC), el cual clasifica a todos los países en función de la corrupción que se percibe en sus instituciones administrativas y políticas. Se tiene muy en cuenta la percepción del abuso de poder para el beneficio propio. La escala del ranking oscila entre 0 (muy corrupto - rojo) y 100 (muy limpio - amarillo).



Según éste ranking de Transparencia Internacional, los países más corruptos y menos corruptos en 2013 fueron:



Los resultados que arroja el IPC 2013 demuestran una vez más que la corrupción es un grave problema mundial que debe ser afrontado y combatido por la sociedad. La presidenta de Transparencia Internacional, Huguette Labelle reclama: “Los gobiernos deben incorporar acciones contra la corrupción en todas las decisiones públicas". Para ello propone como prioridad que se dicten leyes más efectivas sobre lobby y financiamiento político, mayor transparencia de la contratación y el gasto público.
Mi primera reacción cuando leí estas propuestas fue preguntarme si los gobiernos tienen la autoridad moral para detener la corrupción mundial: muchos gobiernos han estado o están en el centro de un escándalo de corrupción. Además, la corrupción no es sólo responsabilidad del sector oficial, del Estado o del Gobierno de turno, sino que incluye muy especialmente al sector privado debido al tráfico de influencias entre el sector privado y el público. Por esta razón existen entidades nacionales e internacionales, oficiales y privadas, con la misión de supervisar el nivel de corrupción administrativa internacional, como es el caso de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de los Estados Americanos (OEA), y Transparencia Internacional. Pero, ¿Entre tanta corrupción mundial quién garantiza que las personas que forman parte de instituciones públicas o privadas internacionales no son corruptas?
¿Cómo podemos colaborar para resolver este grave problema de barbarie? ¿En qué puede contribuir cada uno de nosotros para disminuir esta barbarie de la corrupción? ¿Cómo podemos resolver este gran problema?
De acuerdo a los expertos en estos temas de corrupción, la transparencia es el mejor antídoto contra la corrupción: los ciudadanos deben, cada vez más, reclamar más información sobre los casos de corrupción en sus respectivos países y una mayor exigencia legal para la persecución a los corruptos; se debe trabajar por la transparencia y la rendición de cuentas para restablecer la confianza y combatir el flagelo de la corrupción mundial. Eso exige conciencia personal de la realidad social lo que, a su vez, implica despertar la propia conciencia en el aquí y ahora, en el mundo que estoy viviendo y construyendo con mis propias acciones, en mi mundo de relaciones conmigo mismo y con la sociedad. Eso conlleva un trabajo psicológico y espiritual sobre mí mismo para eliminar de mi psiquis los factores egoicos que me inducen a caer, en el peor de los casos, en brazos de la corrupción; y, como mínimo, en el desconocimiento o la ignorancia sobre esta lacra mundial de la corrupción, acto de barbarie que produce grandes tragedias humanas.