Por Jorge Eduardo Medina
Barranco
Breña
Baja, Tenerife, España, a 21 de diciembre de 2013
¿Quién fue
realmente Jesús de Nazaret?
La Navidad es una época en que millones de seres humanos sienten la
sensación de felicidad. Y creo que un componente esencial del ser humano es la
búsqueda de la felicidad. De hecho un buen número de filósofos, empezando quizá
por Aristóteles y su Ética Nicomáquea,
han señalado que eso es exactamente lo que todos queremos. Y la psicología
social está plagada de diversas investigaciones que tratan de desentrañar qué
nos hace felices.
Pero, aparte de esa sensación de felicidad que produce la Navidad,
¿Ustedes se han preguntado alguna vez de dónde viene realmente esa tradición?
Cuando leemos el libro de Claude-Brigitte Carcenac Pujol, Jesús
3000 años antes de Cristo, parecería que estamos leyendo una obra
escandalosa porque su investigación hace tambalear las creencias sobre Jesús.
Sin embargo, leyendo el prefacio de Roland Sublon, Decano de la Facultad de
Teología Católica y Profesor en la Universidad de Estrasburgo, Doctor en
teología y medicina y Psicoanalista, nos dice que esta obra es un trabajo
científico sobre la Biblia en la línea de la Historia de las Religiones que han
sido el fruto del trabajo de muchos investigadores desde Richard Simón ((1638-1722). Especialista en
lenguas semíticas, es el fundador de la crítica bíblica. Fue puesto en el
índice (lista de libros prohibidos por el Vaticano) y que
han venido a resquebrajar las creencias establecidas por teologías partidistas
y dogmáticas que han dominado los últimos 1500 años de cristiandad. Carcenac
Pujol lo que da a entender es que los redactores de los evangelios, Marcos y
Lucas en particular, eran conocedores de los mitos egipcios y su formulación
literaria. Es decir, que del estudio del Nuevo Testamento y de la mitología
egipcia se deduce que los evangelios están influenciados por los mitos
egipcios, como también son reconocibles esas influencias en los escritos del
Antiguo Testamento. Esta obra de Carcenac lo que hace es resaltar, si cabe, lo
que es un hecho evidente: los evangelios no son palabra de Dios, ni han caído
del cielo, sino que son el relato de un conjunto de acontecimientos contados
bajo la influencia de las mitologías religiosas de su entorno.
Así, en el prólogo del libro, Llogari Pujol[1] nos hace
caer en cuenta de algo que los que hemos leído los Evangelios, y sin necesidad
de ser eruditos, ya sabemos: que es bien poco lo que se sabe realmente de Jesús
de Nazaret, cuyo nacimiento significó el comienzo de una era nueva para gran
parte de la Humanidad. Nació en Belén, siendo bebé lo llevaron a Egipto y
reaparece
a
los 12 años en el templo y a los 30, más o menos, predicando en los caminos y
pueblos de Galilea a Judea hasta su crucifixión unos tres años después. Nada
más.
Como dice Pujol, <<Su vida
está narrada en cuatro libros que dan visiones distintas del mismo personaje,
que hacen hincapié sobre un determinado aspecto de la biografía y olvidan
otros, que no coinciden entre ellos. Los cuatro juntos nos ofrecen una
proyección en relieve de Jesús, cuya aparente consistencia se desvanece a poco
que abramos una puerta y dejemos entrar la luz; en los evangelios, la marcada
intención apologética de sus autores encubre, enmascara o, simplemente, elude
la crónica puntualmente histórica>>
Y, efectivamente, a lo largo de los últimos siglos se ha investigado
mucho para tratar de saber quiénes escribieron realmente los evangelios, en qué
años o en qué ciudades, e incluso en qué orden. Y ninguna de estas preguntas ha
sido respondida satisfactoriamente por los científicos hasta el momento. Para los
investigadores alemanes, británicos y norteamericanos que se ocupan del tema
una cosa está meridianamente clara: el Jesús de la Historia y el Jesús de la Fe
no son el mismo; también están convencidos de que los evangelios fueron
escritos por grupos de personas de una colectividad y no cada uno por un
individuo; y además, distinguen entre las palabras que Jesús pronunció y las
que se le atribuyen.
El estudio de la civilización del antiguo Egipto, la egiptología, se
inició en Europa después que Napoleón Bonaparte llevó a cabo su campaña en
Egipto (1798), y gracias al sorprendente hallazgo de la piedra de Rosetta
(1799) que contiene una inscripción en caracteres jeroglíficos, demóticos y
griegos, descifrada en 1822 por Jean-Francois Champollion.
Estos estudios se han visto favorecidos por los interesantes hallazgos
de los escritos de los cristianos gnósticos en los conocidos papiros de
Nag-Hammadi (1945), y los de los monjes judíos de Qumran en la región del Mar
Muerto (1947).
La egiptología es pues una ciencia reciente que empieza a arrojar luz
sobre la trascendental importancia e influencia que debió ejercer Egipto
durante varios siglos en el mundo antiguo. De hecho, Heródoto en su obra La Encuesta nos dice que los nombres de
casi todos los dioses griegos llegaron a Grecia procedentes de Egipto. Y la
sombra de la literatura egipcia se proyectó en obras griegas (La Odisea), judías
(José y Asenet), cristianas
«heterodoxas» (obras de los gnósticos de Nag-Hammadi).
Para los eruditos no es descabellado pensar que hubiera un continuo
flujo entre las tres culturas que convivían en suelo egipcio: la judía, la griega
y la autóctona. No olvidemos que la implantación de comunidades judías en
territorio egipcio parece tener su origen en la época persa, y esto sin tener
en cuenta la tradición del Éxodo en tiempos de Moisés, y que los griegos
venidos con Alejandro Magno se adueñaron de Egipto (332 a. C), y lo gobernaron
hasta el momento de la ocupación romana (30 a. C).
El
paralelismo entre la literatura egipcia y la bíblica es tan frecuente que Llogari
Pujol no duda en afirmar que los evangelistas construyeron la vida de Jesús
utilizando textos egipcios, y que la Navidad del niño Dios es una tradición que
tiene una antigüedad de ¡5000 años! En mis primeras lecturas, por allá en la década
de los 60 del pasado siglo, ya había leído la idea de que a medida que las
religiones antiguas iban desapareciendo, sus principios fundamentales se
incorporaban en las nuevas formas religiosas mediante la tarea de devotos grupos
de apologetas de la nueva religión que transcribían los conocimientos de
antiguos mitos y religiones a su nueva tradición, para que fuera aceptada por
los devotos de la tradición antigua.
Es ampliamente conocido en los estudios de la historia de las
religiones y de los mitos que era normal la práctica consistente en la creación
de personajes surgidos de la fusión de dos tradiciones (es el caso de Serapis,
dios resultante de la fusión entre Apis y divinidades griegas; o la de San
Pedro con las llaves del cielo y Anubis Psicopompe con una llave en la mano y
guía de los difuntos). Se creaban versiones libres de hechos históricos; las
obras apócrifas son muy abundantes. Tampoco era un hecho excepcional la
interpolación de textos ajenos en la obra de un escritor reconocido, o que ciertos
textos escritos por cualquier desconocido se atribuyeran a un autor de
prestigio. Y, una práctica muy conocida en la cristiandad y que se ha
practicado en todo el mundo y en todas las épocas, los defensores de las
diversas ideologías imperantes solían eliminar, ya sea ocultándolas, ya sea
destruyéndolas, las obras de sus opositores (cuando no eliminaban físicamente
al contrario).
Así sucedió con la teología griega, con la judeocristiana y con la
cristiana, que eran tradiciones ‘nuevas’ respecto de la egipcia, según
comienzan a avalar los estudios de muchos eruditos del siglo actual.
Independientemente de lo que cada quien crea, buscar la felicidad y
sentirnos felices nos hace, por lo general, más humanos. De modo que, para
todos los creyentes del credo que sean