Por Jorge Eduardo Medina Barranco
Bucaramanga, 20 de Enero de 2016
El título de este artículo surge de otro del mismo nombre y
que le leí al abogado, político y diplomático colombiano Ramiro Valencia Cossío[1]
en la revista Avianca de diciembre del 2015, mientras viajaba de Bogotá a Sao
Paulo a pasar vacaciones con mi familia. Inmediatamente me dije “Vale la pena
ayudar en esa intensión, así que escribiré una entrada en mi blog sobre el
tema”.
Valencia Cossio se refiere en su artículo al proceso de paz
en Colombia. Para iniciar, relata una costumbre de una tribu africana que,
antes de juzgar y castigar a uno de sus miembros por algún delito, hacen un
círculo en cuyo centro ponen al acusado y, uno por uno, los miembros de la
comunidad dicen en voz alta cuáles son las cualidades del reo y sus buenas
acciones; posteriormente exponen su falta y deciden cual es el castigo. La idea
de Valencia al exponer este método africano es seguir un proceso personal
semejante para perdonar a las Farc y para lo cual pide ayuda.
Es evidente que conocer de todas las atrocidades que se han
cometido en las ciudades, pueblos y campos de Colombia, tanto contra las personas como contra las infraestructuras energéticas y los ecosistemas del país sólo es posible si se ha vivido en primera persona, en cercanía de esos acontecimientos, y no como un simple lector de noticias. Pero, como lo dijo el Presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, en su reciente visita a Colombia: la paz requiere perdón. Y Ban Ki-moon, Secretario de la ONU, considera
prioritaria para el mundo la firma de la paz en Colombia.
Por ello, como hombre no violento, amante del milenario
concepto oriental Ahimsa predicado por las doctrinas del budismo, el hinduismo
y el jainismo y que fue introducido en Occidente por Mahatma Gandhi, quien lo
consideraba "común en todas las religiones", incluyendo el
cristianismo y el islamismo, desde siempre he hablado en favor de la paz para
todos los seres, en toda oportunidad que he podido. Específicamente, con todo
colombiano que he tenido la oportunidad de conversar en tertulias, en reuniones
espirituales, con amigos, con taxistas... siempre les he resaltado lo
importante que es la paz para los colombianos, como para todos los pueblos del
mundo. En particular, referido al
conflicto colombiano, como dice Valencia Cossio, la invitación es a que cada
colombiano, desde su propio corazón y desde la compasión, pueda iniciar un
proceso “de reconciliación, de sanación de las heridas y de paz de los
espíritus”, lo cual requiere PERDÓN.
Como afirma la Ontología del Lenguaje, el PERDÓN es un acto
lingüístico básico, es decir, cuando decimos TE PERDONO no estamos realizando
una descripción de una realidad existente sino que estamos realizando la
formulación verbal de un hecho: estamos perdonado, estamos realizando una
acción, no estamos describiendo el perdón sino que estamos realizando la acción
de perdonar.
Ontológicamente, el PERDÓN pertenece a la categoría
lingüística de Declaraciones:
- La declaración del «No»
- La declaración de aceptación: el «Sí»
- La declaración de ignorancia
- La declaración de gratitud
- La declaración del perdón
- La declaración de amor
Cuando hacemos declaraciones no hablamos acerca del mundo,
sino que generamos un nuevo mundo para nosotros. La palabra genera una realidad
diferente. Después de hacer una declaración, de haberse dicho lo que se dijo,
el mundo ya no es el mismo de antes: surge un nuevo mundo transformado por el
poder de la palabra.
Un clásico ejemplo histórico de un nuevo mundo que surge
después de una declaración es la Declaración de Independencia de los Estados
Unidos de Norteamérica. Cuando un grupo de personas se reunió en Filadelfia en
julio de 1776 y, en representación de las 13 colonias inglesas en Norteamérica,
dieron a conocer al mundo un texto que comenzaba diciendo: «Cuando en el curso
de los acontecimientos humanos, llega a ser necesario para un pueblo el
disolver los vínculos políticos que lo conectaran con otro...», ellos no
estaban hablando «sobre» lo que sucedía en el mundo en esos momentos. Estaban
creando un nuevo mundo, un mundo que no existía antes de realizarse dicha
declaración.
Cuando un juez dice « ¡Inocente!»; cuando un árbitro dice «
¡Fuera!»; cuando un oficiante dice «Los declaro marido y mujer»; cuando decimos
en nuestra casa «Es hora de cenar»; cuando un jefe contrata o despide a
alguien; cuando un profesor dice «Aprobado»; cuando una madre dice a su niño
«Ahora puedes ver televisión», en todas estas situaciones se están haciendo
declaraciones. Y en todos estos casos, el mundo es diferente después de la
declaración. La acción de hacer una declaración genera una nueva realidad.
En cada uno de los ejemplos anteriores, la palabra
transforma al mundo. Una vez que hacemos una declaración, las cosas dejan de
ser como eran antes, el mundo se re-construye en función del poder de la
palabra. Cada una de ellas, es un ejemplo de la capacidad generativa del
lenguaje.
El poder de las declaraciones es considerado en la tradición
judeocristiana el poder creador de los dioses: podemos constatar cómo se
sostiene que en el inicio sólo existía la palabra y, como afirma Juan en su
Evangelio, la palabra (el verbo) era Dios: << 1:1 En el principio era el
Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. 1:2 Este era en el principio con Dios. 1:3
Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho,
fue hecho. 1:4 En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres
>>
Y fue precisamente mediante la palabra, como nos lo relata
el Génesis, como Dios crea el mundo a través de sucesivas declaraciones. « Hágase la luz», declaró Dios, y la luz se hizo. Y declara que se hagan los
cielos, y la tierra, y los mares, y la hierba verde, y la hierba que dé
semilla; y así toda la creación: por el poder del verbo.
¡Todo lo anterior significa que las declaraciones que
realizamos los seres humanos están relacionadas con el PODER!
Sólo generamos un mundo diferente a través de nuestras
declaraciones si tenemos la capacidad de hacerlas cumplir, si tenemos el PODER
para que se realice lo que hemos dicho, lo que declaramos. La declaración de
perdón es una declaración de poder espiritual: está relacionada con el amor y
la compasión.
Reflexionemos sobre el tema.
Cuando alguien no cumple con lo que nos prometió o se
comporta con nosotros de una manera que consideramos de alguna manera ofensiva
o lesionadora de nuestras expectativas o intereses, muy posiblemente nos
sentiremos afectados por lo acontecido. Incluso, peor si luego de lo sucedido
la persona responsable no asume las consecuencias de su actuar (o de su
omisión). Posiblemente, con toda legitimidad, sentiremos que hemos sido
víctimas de una injusticia. Y al pensar así, surgirá en nosotros un
resentimiento con el otro que consideramos justo, sobre todo en la medida en
que nosotros nos hemos colocado del lado del bien y hemos puesto al otro del
lado del mal. Por lo tanto, consideramos que tenemos todo el derecho a estar
resentidos.
De lo que posiblemente no nos percatemos, sin embargo, es
que al caer en el resentimiento, nos hemos puesto en una posición de
dependencia con respecto a la persona que hacemos responsable de nuestro
resentimiento. La tal persona puede perfectamente haberse desentendido u
olvidado de lo que hizo. Sin embargo, nuestro resentimiento nos va a seguir
atando, como prisioneros, tanto a esa persona como al acontecimiento.
Nuestro resentimiento va a carcomer nuestra paz, nuestro
bienestar . El resentimiento nos termina haciendo esclavos de quien culpamos y,
por lo tanto, destruyendo no sólo nuestra felicidad, sino también nuestra
libertad como personas. El resentimiento es una cadena que nos mantiene como
víctimas y va probablemente a terminar tiñendo el conjunto de nuestra vida de
enfado, de rencor, de sufrimientos, convirtiendo esa vida en una especie de infierno
dantesco[2]
Al perdonar rompemos la cadena que nos mantiene como
víctimas. Al perdonar nos hacemos cargo de nosotros mismos y resolvemos poner
término a un proceso abierto que sigue reproduciendo el daño que originalmente
se nos hizo. Perdonar no es un acto de gracia para quien nos hizo daño, aunque
pueda también serlo. Perdonar no es algo así como decir: “Yo, que soy tan
bueno, tan bueno, desde mi trono-altar, te concedo la gracia del perdón”.
Realmente, perdonar es un acto declarativo de liberación personal.
Podemos elegir vivir el infierno del resentimiento o la
magia del perdón: ¿Qué eliges tú?
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[1]
Ha sido Gobernador de
Antioquia, Alcalde de Medellín y Ministro de Minas y Energía entre otros cargos
de importancia.
[2]
La Divina comedia es un
poema escrito por el poeta italiano Dante Alighieri (1265-1321).
La Divina Comedia se considera una de
las obras maestras de la literatura italiana y universal. En la parte dedicada
al Infierno, Dante representa al ser
humano frente a sus pecados y sus funestas consecuencias. Desde la perspectiva
espiritual, el resentimiento podemos considerarlo como un ‘pecado’, es decir,
como un error de comportamiento que le hace daño a la propia alma.