lunes, 30 de mayo de 2016

PSICOLOGÍA REVOLUCIONARIA

Por Jorge Eduardo Medina Barranco

30 de mayo de 2016, Breña Baja, S/C de Tenerife, España

En el año 1976 estudié el recién publicado mensaje de navidad de Samael Aun Weor conocido como “Sicología Revolucionaria”, que luego ha sido reeditado muchas veces como “Tratado de Psicología Revolucionaria”, en su particular estilo crudo por ese excesivo realismo que resulta extremadamente desagradable a muchas personas, que se sienten ofendidas con sus frases contenidas desde su primer capítulo, El Nivel del Ser, tales como: <<Incuestionablemente el pobre "Animal Intelectual" equivocadamente llamado hombre, no sólo no sabe, sino además ni siquiera sabe que no sabe...>> o esa otra de <<El "Animal Racional" es tonto en un ciento por ciento; piensa de sí mismo lo mejor; cree que puede desenvolverse maravillosamente mediante el KINDERGARTEN, Manuales de Urbanidad, Primarias, Bachillerato, Universidad, el buen prestigio del papá, etc., etc., etc....>> y muchas otras del mismo estilo.

Estilos aparte, si nos centramos en el contenido del capítulo encontraremos afirmaciones contundentes que podrían llamarse ‘verdades como puños’, afirmaciones que reflejan, a mi entender, tanto dolor y tristeza como desesperación por la situación social de la humanidad.

Cuando uno lee noticias de repercusión internacional como el terriblemente reciente suceso de Río de Janeiro sobre la brutal violación de una joven de 16 años,
bestiales agresores se complacen en subirla a las redes sociales, indigna a todo ser humano que, como yo, considera que es un insulto a la dignidad humana decir que ‘unos 30 hombres’ violaron a una joven. Me niego a aceptar que se les pueda considerar ‘hombres’ en el sentido de ser racional perteneciente al género humano, caracterizado por su inteligencia y lenguaje articulado: realmente los considero machos de mamíferos racionales, animales equivocadamente llamados hombres, o cualquier otro calificativo que resalte su animalidad y no su humanidad, ni inteligencia, ni hombría, porque no tienen ni una ni otra y porque un hombre como yo soy o los concibo serían incapaces de cometer semejante atropello salvaje sobre una joven, una mujer, un niño, un anciano ni ningún otro ser, humano o no, no sólo por diversión perversa y degenerada sino bajo ninguna otra circunstancia. El ser humano, por definición, es caritativo, solidario y bondadoso; por el contrario, el animal humano no está claramente definido pero la violación es claramente uno de sus comportamientos. También me indigna cuando se encuentran titulares de prensa como Una nueva versión de la barbarie brasileña | Internacional | EL PAÍS, porque parece que fuese un problema brasileño y no una triste realidad mundial la existencia de estos humanoides que pueblan la faz de nuestro adolorido planeta y que son semejantes en su forma, no en su comportamiento, a los humanos que tenemos que sufrir su presencia en nuestras sociedades.

Como dice Samael Aun Weor, <<Este siglo XX con toda su espectacularidad, guerras, prostitución, sodomía mundial, degeneración sexual, drogas, alcohol, crueldad exorbitante, perversidad extrema, monstruosidad, etc., etc., etc., es el espejo en que debemos mirarnos; no existe pues razón de peso como para jactarnos de haber llegado a una etapa superior de desarrollo...>> Y en el siglo XXI no ha cambiado la situación. ¿Cómo humanizamos a esta especie mezclada que somos? ¿Cómo acabamos al animal que hay en nosotros y entre nosotros?

En los años que llevo acompañando a la gente en su desarrollo personal, me doy cuenta que hay ciertas preguntas que nos planteamos prácticamente todos en algún momento de nuestra vida y que persisten desde la Antigüedad. Tendemos a darle vueltas a cuestiones del tipo ¿Quién soy yo realmente? ¿De dónde venimos?, ¿Para dónde vamos?, ¿Para qué vivimos?, ¿Por qué vivimos? ... y, cada vez con más frecuencia, preguntas como ¿Cómo puedo llegar a ser yo mismo? Esta última pregunta nos ha metido de lleno en lo que podemos llamar la era del autoconocimiento.

Hoy día vivimos tan pendientes de nosotros mismos, de la dedicación a uno mismo, del conocimiento de sí mismo, que podemos caer en una trampa. Aun cuando es cierto que el antiguo consejo griego del templo de Delfos se puede seguir aplicando siglos después hasta llegar a nuestros días, donde todavía es válido, no es menos cierto que el mundo del marketing y el capitalismo puede llevarnos, como de hecho ha ocurrido, por caminos equivocados. Llevamos unos años inmersos en una floreciente industria destinada al autoconocimiento. Existe un amplio y floreciente mercado para cuestiones más trascendentales, psicológicas o espirituales que nunca antes. Y quizá, sin darse cuenta, las personas se convierten en un adicto más a esa sociedad entregada al materialismo espiritualista que promueve un pseudo-autoconocimiento:

Cuando tienes molestias psicológicas, psíquicas o espirituales, vas al médico o al psiquiatra, al psicólogo o al astrólogo. Te haces de una religión, estudias filosofía, te das un empujoncito con las técnicas de liberación emocional (EFT). Equilibras los chacras; pruebas con reflexología, acupuntura, con iridología o luces y cristales. Meditas, recitas mantras, bebes té verde, aprendes programación neurolingüística (PNL), trabajas visualizaciones, estudias psicología, 



haces yoga, pruebas lo psicodélico, cambias la nutrición, llevas joyas psíquicas. Expandes la conciencia, haces bio-feedback, terapia Gestalt. Visitas a tu homeópata, quiropráctico y naturópata. Pruebas la kinesiología, descubres tu enea-tipo, equilibras tus meridianos. Te reúnes con chamanes, practicas el feng shui. Encuentras a un nuevo gurú. Escribes afirmaciones. Pruebas el re-nacer. Tiras el I Ching, el tarot. Estudias y practicas zen. Aprendes magia. Te preparas para la muerte. Vas a retiros. Ayunas…

¿Te reconoces en alguno de estos puntos? Nada de eso está mal, pero la gente amargada, cansada de sufrir, tiene ganas de cambiar, voltear la página de su historia...  Y entran en prácticas que les seducen, en el mundo de la serenidad momentánea, de las prácticas del mundo exterior. <<¡Pobres gentes! Quieren cambiar y no saben cómo; no conocen el procedimiento; están metidas en un callejón sin salida... Lo que les sucedió ayer les sucede hoy y les sucederá mañana; repiten siempre los mismos errores y no aprenden las lecciones de la vida ni a cañonazos. Todas las cosas se repiten en su propia vida; dicen las mismas cosas, hacen las mismas cosas, lamentan las mismas cosas>>...

La psicología revolucionaria nos enseña que esta repetición aburridora de dramas, comedias y tragedias, continuará mientras carguemos en nuestro interior los elementos indeseables de la Ira, Codicia, Lujuria, Envidia, Orgullo, Pereza, Gula, etc., etc., etc.... Aquí es donde entre en acción el verdadero conocimiento de sí mismo. Debemos aprender a observar nuestros propios pensamientos, sentimientos y acciones para descubrir los elementos indeseables que cargamos en nuestro psiquismo, fruto de la realidad social que nos rodea y que contamina nuestra alma humana de actitudes animalescas propias de esos humanoides engendradores de violencias y degradaciones de todo tipo, que nos convierten en homínidos racionales que perdemos el rumbo humano en nuestro desarrollo del ser. No seamos hipócritas, fariseos, y limpiemos lo de dentro de nosotros mismos.


SÓLO ELIMINANDO LOS ELEMENTOS INDESEABLES DE NUESTRO PSIQUISMO, INICIAMOS EL CAMINO DE HUMANIZACIÓN

domingo, 15 de mayo de 2016

CONÓCETE A TI MISMO

Por Jorge Eduardo Medina Barranco

15 de mayo de 2016, Breña Baja, Canarias, España

Los seres humanos occidentales somos educados para usar nuestro pensamiento racional como una herramienta de juicio, es decir, como una herramienta que nos permite discernir, valorar y opinar. Ese uso racional del pensamiento nos induce a juzgar todo y a todos: clasificamos todo aquello sobre lo que pensamos juzgándolo como bueno o malo; bonito o feo; blanco o negro.

En la serie de National Geographic ChannelThe Story of GodMorgan Freeman se pregunta: ¿Los seres humanos somos intrínsecamente buenos o intrínsecamente malos? con ese análisis racional occidental que caracteriza la educación de nuestro entorno. Una vez más yo pensé lo que siempre pienso: ¿Por qué ‘bueno’ o ‘’malo’? ¿Por qué no simplemente neutro?

En muchos de mis talleres y conferencias les relato un hecho natural a los asistentes a modo de metáfora para que reflexionen sobre estos juicios de valor con los que hacemos a las cosas y a las personas ‘buenas’ o ‘malas’: supongamos que una leona sale a cazar y mata una gacela que tiene crías; evidentemente, estas crías morirán. Ahora, supongamos que la leona no es capaz de cazar gacelas porque estas se escapan con su velocidad y la leona no puede alimentar a sus cachorros, que se morirán de hambre. ¿Qué es lo ‘bueno’ o lo ‘malo’ en esta situación? ¿Qué se mueran los hijos de quién? Esa es una ley de la naturaleza: comer y ser comidos. No es ni buena ni mala. Nosotros, con nuestro pensamiento racional, le ponemos valor de bueno o malo. De modo que, insisto, no debemos creer que los seres humanos somos intrínsecamente buenos o malos. Nuestras creencias, nuestra cultura y nuestro condicionamiento social nos inducen a poner color a lo que percibimos.

En alguna ocasión leí la siguiente reflexión de autor anónimo:

Cuando otro actúa de una manera poco adecuada, digo que tiene mal carácter. Pero cuando yo lo hago, son los nervios. Cuando otro se apega a sus métodos o a sus gustos, es obstinado; pero cuando yo lo hago, es firmeza. Cuando a otro no le gusta mi amigo, tiene prejuicios; pero cuando a mí no me gusta su amigo, sencillamente, muestro ser un buen juez de la naturaleza humana. Cuando otro hace las cosas con calma, va a paso de una tortuga; pero cuando yo lo hago despacio, es porque me gusta pensar las cosas. Cuando otro encuentra defectos en las cosas es un maniático; pero cuando yo lo hago, es porque sé discernir. Cuando otro se compra un carro del año, es vanidad; pero cuando yo lo compro, es necesidad. Cuando otro me dice una verdad que no me gusta, es que no tiene amor, pero cuando yo lo hago, es que soy sincero. Cuando otro no me saluda, es porque es orgulloso; pero cuando no saludo, es que no lo vi

¿Y saben cuál es la verdad que plantean psicólogos, terapeutas y filósofos? Que siempre veo en el otro lo que realmente hay en mí. Cuando vayamos a juzgar el comportamiento de otra persona, pensemos en eso: ‘me estoy viendo a mí mismo en un espejo’.

Esto me hace recordar el milenario aforismo griego que estaba inscrito en el pórtico del templo de Apolo en Delfos, según Pausanias: Conócete a ti mismo. Probablemente esta es la máxima más famosa de la antigüedad griega.

La fama de esta frase se esparce en la obra de numerosos autores griegos, pero sin duda es Platón al que le debemos su mayor difusión, al utilizarla en varios de sus diálogos como un llamado a la filosofía. Sócrates en un par de ocasiones induce al discípulo a primero ocuparse del conocimiento de sí mismo antes de tratar de penetrar en los misterios de la mitología y los dioses. Sabemos que en Grecia se instituyó por siglos una iniciación a los misterios y que la mayoría de los filósofos, historiadores y dramaturgos fueron iniciados en estos misterios. Aunque existe un voto de silencio mayormente respetado en torno al contenido de misterios como los de Eleusis, no es demasiado aventurado sugerir que en ellos se propiciaba una experiencia mística ligada a la inmortalidad del alma y al conocimiento de la divinidad. Este hecho histórico nos hace considerar que la filosofía de Platón, dentro de toda su vastedad, es esencialmente mística.

En su libro Los Grandes Iniciados, el escritor francés Édouard Schuré (Estrasburgo, 1841- París, 1929) atribuye a los pitagóricos la frase: "Conócete a ti mismo y conocerás a los dioses y al universo"; esta frase no parece tener una fuente fidedigna, y la atribución podría ser apócrifa. Sin embargo, la frase ha sido citada miles de veces en Internet, en muchas de ellas afirmando que así estaba inscrita en Delfos, porque gracias a una milenaria tradición esotérica se sabe que el significado más importante de las famosas palabras del oráculo Conócete a ti mismo es: "Si quieres ser capaz de reconocer a Dios, debes primero aprender a conocerte a ti mismo". Recordando que los oráculos se pronunciaban para crear una relación de percepción entre las pitonisas y los dioses, la advertencia sobre la importancia de conocerse a sí mismo en el templo justamente sugiere que el autoconocimiento es un acercamiento a --un hacer posible-- la percepción de lo divino. Casi como si fuera una regla que nos dice: "primero conócete a ti mismo, sé honesto, conoce la verdad de ti y entonces podrás canalizar, manifestar y conocer lo divino, lo profético, lo oracular".

En Mateo 23, en sus famosos ayes a escribas y fariseos, Jesús de Nazaret dice, con palabras eternas que se dirigen a la conciencia de todos nosotros:

23:25 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia.
23:26 ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio.
23:27 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia.
23:28 Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.   
¡Que descripción más potente de la realidad de nuestro siglo! Las noticias de prensa, las redes sociales, la vida política y empresarial, el mundo del deporte, nuestra sociedad toda, está llena de cientos de miles de personas que juzgan a los demás, que opinan sobre los demás, que culpan a los otros de todos los males, pero que en ningún  momento están dispuestos a conocerse a sí mismos y observar la hipocresía e iniquidad de sus propias vidas.

Mis lecturas filosóficas me llevaron a toparme con la filosofía teológica de Marsilio Ficino (Figline Valdarno, Florencia, 19 de octubre de 1433, - Careggi, Florencia, 1 de octubre de 1499) sacerdote católico, filólogo, médico y filósofo renacentista italiano, protegido de Cosme de Médicis y de sus sucesores (incluyendo a Lorenzo de Médicis), artífice del renacimiento del neoplatonismo y que encabezó la famosa Academia platónica florentina.

En la dedicatoria de su “Teología platónica” a Lorenzo de Medici, Marsilio Ficino dice que Platón:
...considera que el alma del hombre es como un espejo en el que la imagen del divino semblante se refleja prontamente; y en su entusiasta búsqueda por Dios, mientras que rastrea cada huella, en todas partes se vuelca hacia la forma del alma. Porque sabe que este es el significado más importante de las famosas palabras del oráculo: "Conócete a ti mismo", esto es: "Si quieres ser capaz de reconocer a Dios, debes primero aprender a conocerte a ti mismo".
Ficino nos dice aquí que conocerse a sí mismo es la vía regía para la gnosis de la divinidad, puesto que el alma es divina y en ella está impresa una imagen de Dios. Esta enseñanza gnóstica de Ficino nos dice claramente que sería poco práctico buscar la divinidad en otra parte diferente al conocimiento de nosotros mismos, que sería difícil encontrar a Dios en algo más remoto cuando se tiene un acceso interno, inmediato, a través del conocimiento de sí mismo.

Esta teología gnóstico cristiana de Ficino, basada en la mística filosófica de Plantón, nos habla en última instancia sobre lo ridículo que es ocuparse de cosas más oscuras, de teologías fantásticas sobre lo que es o no es Dios, antes que dedicarse a conocerse a sí mismo. Esta enseñanza de Ficino, surgida de sus estudios de la filosofía platónica, nos ofrece una doble enseñanza, en dos niveles que encajan perfectamente, de un lado el aspecto ético de ocuparse de la existencia inmediata, del aquí y ahora, y no de perderse en divagaciones demasiado abstrusas, ininteligibles y confusas sobre tres personas distintas y un dios verdadero, o cualquier otra, y de otro lado, en la profundidad de esta labor cotidiana del aquí y ahora de nuestra existencia se revela también un aspecto metafísico, porque ocupándonos de nosotros, viviendo la vida que se nos presenta de manera filosófica, penetrando en nuestro propio ser a través del conocimiento de sí mismo, tenemos la posibilidad de acceder al misterio de nuestra esencia divina.

Esotéricamente podemos interpretar la inscripción de Delfos como una insinuación del principio del microcosmos, que aparece en todas las tradiciones místicas. Fundamentalmente, que los seres humanos somos la imagen de la divinidad y en nosotros existen una serie de correspondencias con el universo, de tal forma que en el desarrollo embrionario de un ser humano podemos observar también el proceso de gestación del universo.

También, en la anatomía oculta del ser humano, dicen las religiones mistéricas, yacen las diferentes puertas y llaves para reintegrarse con la divinidad.

La idea de que al conocernos trascendemos lo individual para vivir en lo universal, evidentemente no sólo pertenece a la tradición occidental. En la esencia de la filosofía mística oriental está inscrito en sus enseñanzas que la realidad de nuestro ser o espíritu es Dios, bajo el nombre o creencia que sea.

¡CONOCERSE A SÍ MISMO ES CAMINO DE HUMANIZACIÓN!