Breña Baja, julio
1 de 2013
Desde
hace muchos siglos, los seres humanos nos dimos cuenta que nuestra especie está
compuesta de criaturas frágiles, que nos podemos derrumbar con toda facilidad frente
a las adversidades de la vida. Sabemos que nacemos inacabados en comparación
con gran cantidad de especies animales y poco a poco nos hemos ido dando
cuenta, a lo largo de muchos siglos, que sólo podemos reconstruirnos hasta
obtener todas nuestras capacidades humanas mediante el desarrollo de rituales,
la adquisición de conocimientos, la reflexión sobre todos ellos y el proceso de
mejoramiento de lo adquirido, que ha conducido al desarrollo de nuestros métodos
de crecimiento cultural que son las ciencias, las filosofías, las artes y las
religiones.
En
nuestro anterior artículo (14 de junio de 2013) dijimos que somos una esencia espiritual, una semilla divina
que puede fructificar como ser humano y más, o vivir y morir como simples
homínidos. Estas raíces culturales de espiritualidad humana se hunden en
tiempos tan antiguos que se remontan a los pueblos pastores que habitaban las
estepas rusas hace más de 4500 años. A estos pueblos, que no pertenecían a una
etnia particular sino que formaban una red dispersa de tribus que se reconocían
por una lengua y una cultura común, algunos historiadores les han llamado arios (como pueden ser hoy día los
habitantes de Estados Unidos, distintas razas e incluso idiomas, que conviven
en un inmenso territorio pero todos son estadounidenses
gracias a un determinado desarrollo histórico).
A
los arios también se les ha llamado indoeuropeos porque su lengua formaría la
base de diversos idiomas asiáticos y europeos. En algún momento entorno a hace
3500 años, algunas tribus se alejaron de su entorno originario y se asentaron
en lo que hoy día es Europa creando diferentes lenguas. Al mismo tiempo, los
que se habían quedado en las estepas asiáticas gradualmente se fueron apartando
y se convirtieron en dos pueblos separados, que crearon dos lenguas diferentes
del idioma original. Esos dialectos nuevos fueron las formas primitivas del
avéstico y el sánscrito.
En
un principio, esos pueblos llevaban una vida muy tranquila y sedentaria,
viviendo pacíficamente, y compartiendo las mismas tradiciones culturales y
religiosas. No eran pueblos guerreros, no tenían enemigos ni ambición por
conquistar nuevos territorios.
Para
estos pueblos arios, todos los seres experimentaban una fuerza invisible en su
interior. Las tempestades, vientos, árboles y ríos no eran fenómenos
impersonales y mecánicos. Para los arios los dioses, humanos, animales, plantas
y fuerzas de la naturaleza, todos éramos manifestación de un mismos “espíritu”
divino que nos animaba, sostenía y ligaba a todos entre sí. Este “espíritu”
divino era llamado en aquel entonces mainyu
o manya.
En
aquellos tiempos prehistóricos, la gente normalmente experimentaba lo sagrado
como una presencia inmanente tanto en el mundo que le rodeaba como dentro de sí
mismos. Los dioses, varones, mujeres, animales, plantas, insectos y minerales,
todos compartían la misma vida divina. Todos los seres estaban sujetos a un
orden cósmico que todo lo abarcaba y lo mantenía todo con vida. Los dioses
cooperaban con los seres humanos para preservar esa energía divina del cosmos.
Pero
con el paso del tiempo, este sentimiento de un “espíritu” divino difícil de
concretar se fue transformando en la necesidad de ‘adorar’ a seres accesibles,
que se identificaran con las fuerzas de la naturaleza y las fuerzas cósmicas,
que fueran los encargados de preservar el funcionamiento de toda la naturaleza.
No se sabe cómo ni por qué, esa conciencia religiosa de un espíritu divino inaccesible
que ‘vivía’ en nosotros mismos y en todo lo creado, desapareció. Y así, a lo
largo del tiempo los arios fueron desarrollando un panteón extenso de
divinidades, como los dioses del hinduismo, la mitología griega o la mitología
nórdica. La conciencia del ser interior se desplazó hacia una conciencia de
adoración de seres exteriores, que se identificaron con los fenómenos de la
naturaleza. Este cambio de conciencia dio fin a esa vida bucólica de los
tiempos antiguos y se originó un mundo crecientemente violento, como no había
ocurrido nunca antes.
El reconocimiento del espíritu
interior divino se ha perpetuado a lo largo de los siglos en corrientes
espirituales que han dado origen a religiones, filosofías, ciencias y artes que
procuran llevar a las personas desde esa conciencia de adoración de seres
exteriores, nuevamente a la conciencia de adoración del Ser Espiritual Interno.
En
el mundo griego, en algún momento de la antigüedad, ese conocimiento del Ser
Espiritual Interno se designó con la palabra γνώσης (gnosis) y que, en un sentido amplio, es conocida hoy como iluminación espiritual. Nosotros usamos la palabra gnosis para referirnos a ese
conocimiento antiguo del Ser Interior que se ha dado en llamar la filosofía
perenne, porque estaba presente, de alguna forma, en la mayoría de las culturas
que se habían originado en aquellos tiempos prehistóricos.
Poco después del surgimiento de
ese mundo violento que se ha perpetuado hasta nuestros días (durante el siglo
XX vivimos la erupción de la violencia a una escala sin precedentes en la
historia con la explosión de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki),
más o menos entre hace 2900 y 2200 años vieron la luz grandes tradiciones
mundiales de desarrollo espiritual que han continuado nutriendo a nuestra
humanidad: el confucianismo y taoísmo en China; hinduismo y budismo en la
India; monoteísmo en Israel y racionalismo filosófico en Grecia.
Fue el período de Buda, Sócrates,
Confucio y Jeremías, los místicos de las Upanishadas, Mencio y Eurípides.
Estas tradiciones, que nosotros consideramos gnósticas porque enseñan
el conocimiento del Ser interior, se
desarrollaron ampliando enormemente las fronteras de la conciencia humana y
redescubriendo una dimensión trascendental en lo más hondo de nuestro ser, pero
no contemplando este hecho como algo sobrenatural, sino como una experiencia
inefable sobre la que la única actitud correcta era un silencio reverente. En
palabras de Karen Armstrong, “estos sabios antiguos no buscaban imponer sus
propios puntos de vista sobre esa realidad primordial a otras personas. Más
bien al contrario: según creían, nadie debería adoptar enseñanzas religiosas
como artículo de fe”. Nuestro pensamiento gnóstico se basa en ese principio
antiguo. En palabras de nuestro maestro Samael Aun Weor, que en su obra Los Misterios Mayores nos dice:
<<Nosotros
aconsejamos a los discípulos que no sigan a nadie. Que se sigan a sí mismos.
Cada cual debe seguir a su resplandeciente y luminoso Ser interno. Cada cual
debe adorar a su YO SOY>>
Yo les digo que si un maestro espiritualista
cualquiera, un religioso cualquiera, un filósofo cualquiera, un sabio
cualquiera les insiste en que tal o cual doctrina es obligatoria, que seguirle
a él y sus enseñanzas particulares es camino único de salvación, normalmente es
una señal de que ese ser ha perdido su impulso espiritual, su conciencia
interior ha disminuido y su guía no sería la más adecuada si quisiésemos
despertar nuestra propia conciencia espiritual.
Excelente articulo.Serio, responsable y bien sustentado.
ResponderBorrarQuerido Hermano Y Maestro, siempre será una bendición leerlo. Gracias por la guía y orientación. por favor agréguele la letra "P" en el tercer párrafo en Esos dialectos nuevos fueron las formas rimitivas del avéstico y el sánscrito.
ResponderBorrarLe agradezco su amabilidad al ayudarnos a mantener este blog con la mayor corrección y calidad posible.
BorrarVenerable Maestro, disfruto muchísimo de sus escritos y de su enorme sabiduría. Gracias por compartir sus conocimientos. Eliana
ResponderBorrarEs un artículo maravilloso, gracias.
ResponderBorrarhola
ResponderBorrarhe podido asistir a dos de sus conferencias acá en la ciudad de Bucaramanga (Colombia) y he de confesarle que usted tiene una manera muy particular y demasiado buena para enseñar o hablar de gnosticismo sobre todo en estos tiempos pues hoy en dia a estos estudios o enseñanzas las tildan de satanicas o malas, cosa que resulta todo lo contrario pues no hay mejor forma que llevar una vida y un hogar con estos preceptos. yo le digo mi amigo que continué usted enseñando esta doctrina tal y como lo viene haciendo pues considero que es la mas adecuada para estos tiempos en que vivimos y ojala los demás grupos que existen en todo el mundo y sobre todo en Colombia tomen como referencia o ejemplo esa manera tan adecuada y particular de enseñar. quisiera en algún momento de mi vida poder hacer lo mismo.
Estimado amigo anónimo, ante todo disculpe mi demora en esta respuesta. Como ve no ha sido un año en que haya escrito mucho, hasta ahora. Circunstancias de la vida. Gracias por su comentario, por asistir a conferencias mías y por considerar que enseño gnosticismo de “una manera muy particular y demasiado buena”.
BorrarPara empezar, le diré que fundamentalmente no enseño gnosticismo sino GNOSIS, que significa en nuestro idioma CONOCIMIENTO.
Para mí el gnosticismo, como todos los ’ismos’ y sus múltiples creencias, no son más que opiniones de la mente a un nivel de pistis según la teoría platónica del conocimiento, es decir, formas de pensamiento que terminan degenerando en dogmas. Cuando uno despierta conciencia en el camino de la autorrealización, ya no existen creencias: yo trabajo psicológicamente de manera intensa para mantenerme despierto y no caer en creencias. Como dicen las explicaciones a los Prajñāpāramitā-sūtra (género de escrituras del budismo Mahāyāna que tratan del tema de la Perfección de la Sabiduría): los bodhisattvas viven de acuerdo a la Prajñāpāramitā, es decir, de acuerdo a la búsqueda de la Perfección de la Sabiduría. Trato de ir por ese camino en mi búsqueda espiritual.
Según el primer principio de la Ontología del Lenguaje, los seres humanos “No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos” y las neurociencias tienen una visión parecida. Y descubrir mis interpretaciones, eso es GNOSIS, CONOCIMIENTO, y a ello me dedico yo no en teorías sino en la práctica de mi vida diaria. Uso el Mindfulness para potenciar mi atención, la meditación para despertar mi conciencia y las inteligencias múltiples que la Potencia Creadora nos ha concedido para vivir el camino de la Perfección de la Sabiduría. Tal vez por eso usted percibe mis conferencias como las percibe: intento que no sean dogmáticas.
Respecto del gnosticismo, no es ahora que esas enseñanzas las tilden de satánicas o malas. El dogmatismo católico ya las tildo de la peor herejía del cristianismo desde Ireneo de Lyon (n. Esmirna Asia Menor, c. 130 - m. Lyon, c. 202). Considerado como el más importante adversario del gnosticismo del siglo II, su obra principal es Contra las Herejías y los cristianos todos, a pesar de sus múltiples conflictos y enfrentamientos histórico con guerras sangrientas entre ellos (https://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_de_religi%C3%B3nse), se han comido ese cuento milenario y lo siguen cacareando como una verdad eterna sin siquiera estudiar los gnosticismos aquellos ni los posteriores, a todos los cuales han destruido mediante guerras sangrientas (Cátaros o Albigenses, https://es.wikipedia.org/wiki/Catarismo). Y a esa visión histórica se suma la cantidad de ignorantes contemporáneos que posan de maestros gnósticos enseñando sus creencias y dogmas como si fueran verdades gnósticas y tergiversando y nutriendo mentes inocentes con sus falacias, engaños y mentiras, dificultando la acción de buenos gnósticos que ven empañada su tarea por el mal que otros siembran. Si al cristianismo lo juzgáramos por sus violencias y errores históricos, como también a otras tradiciones religiosas, de enseñanzas malas y perversas, ¿qué pensarían sus practicantes?
El mal no suele ser de las enseñanzas religiosas, que todas pretenden la TRASCENDECIA espiritual del ser humano, sino de malos practicantes que no salen de los bajos niveles de conocimiento llenos de fantasías, barbaries, creencias dogmáticas y razonamientos inconscientes. Con mi mayor respeto, le sugiero que despierte su conciencia para el bien y ayudará a hacer un mundo mejor y más humano.